En una actividad conjunta del Programa de Acercamiento Intergeneracional y la Facultad de Ciencias de la UBU, cinco personas mayores, dos mujeres y tres varones de entre 78 y 95 años, han participado en una clase de la asignatura Alimentación y Cultura del Grado en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, impartida por la profesora Miriam Ortega Heras, en la Facultad de Ciencias.
Dominica Miguel de la Fuente, de 89 años, Eugenia García de 86, Isaac Varas Martínez de 95, Ángel Cuevas Calvo y Ángel García Martínez, ambos de 78 años compartieron con los más de 50 alumnos sus vivencias durante la época de la postguerra en España y como era la alimentación en aquellos tiempos tan difíciles.
La profesora Ortega presentó esta actividad dentro de esta asignatura de Alimentación y Cultura “Ya que es importante conocer cómo vivieron y se alimentaron nuestros antepasados en esta época que, pese a lo lejana que puede parecer a estudiantes universitarios, aún pervive en la memoria de nuestros invitados”
Estos profesores por un día hablaron sobre las diferencias existentes entre el medio rural y urbano a la hora de conseguir alimentos. “En el campos quienes podían plantar conseguían algo de comer, los que no, teníamos que ir a la “rebusca” de las patatas o racimos que quedaban sin cosechar” recordaba Eugenia, de 86 años.
Isaac Varas, nacido en Sedano hace 95 años, señaló que la base de la escasa alimentación era pan, legumbres, pescados en salazón y una casi total ausencia de carne “hacíamos vigilia 365 días al año” bromeó con el alumnado.
Ángel Cuevas, que vivía en Burgos capital, mostró una cartilla de racionamiento a los asistentes y explicó como daba acceso a una cantidad limitada, en función de los miembros de familia, de arroz, azúcar, legumbres, aceite o café. También habló de los Fielatos, casetas de cobro de tasas municipales sobre el tráfico de mercancías que entraban en la ciudad desde los pueblos, de cómo en su casa criaban gallinas y conejos y del funcionamiento del estraperlo.
Sobre esta práctica, Isaac reveló como los productos que conseguían esconder de las cosechas requisadas se revendían o intercambian en el mercado negro por otros productos que no entraban en la cartilla de racionamiento o cuya cantidad era insuficiente, una práctica perseguida y muy arriesgada por el duro castigo que conllevaba. “Precintaban los molinos, pero nos poníamos de acuerdo con el molinero para fabricar harina que luego vendíamos en otras zonas”.
Ángel García relató como tenían que desplazarse desde Oña, donde residía, más de 12 km. para conseguir pan, porque en su zona no se cultivaban cereales y generalmente era pan negro, de salvado u otros cereales, ya que el pan blanco se reservaba para clases más pudientes “Y ahora son más panes más caros y resulta que más sanos, como los chicharros que era el único pescado que podíamos permitirnos”.
La mala alimentación y las condiciones higiénicas eran caldo de cultivo para enfermedades como las fiebres tifoideas, que Dominica vivió de cerca. También mencionó el “queso amarillo y la leche en polvo de los americanos que nos repartían en el colegio” en un intento de suplir la carencia de proteínas de los niños.
Además durante la charla compartieron una serie de anécdotas sobre la dureza de la vida en esos años que despertaron gran interés en la joven audiencia.