El ‘Tablero de música’, una de las iniciativas musicales más asentadas de la ciudad y que congrega cada verano a 11.000 personas en el campus de la Universidad de Burgos, recibe hoy el premio de la Fundación Caja Rural Valores por encima del Valor en la categoría de Acción Cultural, reconociéndolo como “uno de los dinamizadores culturales más importantes del estío burgalés”.
Carlos Lozano, profesor de Derecho Constitucional, director de Actividades Culturales de la Universidad de Burgos y creador y organizador del ‘Tablero de Música’, es quien puso en marcha este proyecto en 2001, cuando pensó en preparar una actividad cultural asociada a los cursos de verano de la UBU, posiblemente sin imaginar que aquella idea acabaría convirtiéndose en uno de los emblemas de la Universidad de Burgos y de toda la ciudad.
22 ediciones han pasado desde aquella primera vez y es evidente que muchas cosas han cambiado dentro y fuera del Tablero, al igual que en la Universidad y en la ciudad, pero una de las esencias de este festival, que además es la que le da nombre, estuvo clara y presente desde el principio. Se eligió el patio frente a la zona departamental de la Facultad de Derecho, un espacio de césped junto a la cafetería, con la torre del Hospital del Rey al fondo y que alberga unos bancos de cemento en torno a un pequeño estrado con baldosas blancas y negras en forma de ajedrez. “Es un entorno precioso, y a través de este lugar hemos hecho que durante todos estos años lo que ocurra es una interconexión entre el público y la música”, explica Lozano, amplificada también por el hecho de que los asistentes rodean totalmente el escenario, algo muy poco común. Los músicos tocan totalmente envueltos por el público y también con muchos niños muy cerca, una situación que, sin duda, crea una energía extraordinaria.
Su popularidad ha ido creciendo cada año. Desde los 250 asistentes que, en sillas plegables, poblaban el césped los primeros años hasta las 2.750 personas que cada semana compran su entrada online en la actualidad para bailar y moverse en doble sesión -concierto y dj- en 360 grados alrededor del escenario. “En los últimos años casi 10 o 15 días antes de los conciertos las entradas están agotadas. Esa facilidad de compra ha hecho que las grandes colas que había antes, que llegaban hasta la carretera y que también era bonito ¿no?, hayan desaparecido”, apunta su organizador con cierta nostalgia.
También ha cambiado el estilo de las actuaciones que, siempre vinculado a la música de raíz, ha pasado de un sonido más instrumental y tranquilo a otro mucho más potente y orgánico. Pero en todas las citas prevalece siempre el elemento intercultural, con intérpretes procedentes de todos los lugares del mundo y con un claro enfoque de diversidad cultural y mestizaje, que supone otra de las señas de identidad de este encuentro. De hecho, el vicerrector de Relaciones Institucionales, Cultura y Proyección Social de la Universidad de Burgos, Delfín Ortega, define el Tablero de Música “con tres palabras: interculturalidad, raíz y generosidad, porque se ha convertido en uno de los programas culturales referentes, no sólo en la ciudad de Burgos sino también en la provincia”.
Además, el festival apuesta por grupos que no hayan tocado nunca en Burgos y que estén fuera del circuito comercial. Lozano reconoce que estos criterios pueden resultar autolimitantes, pero son sin duda un elemento importante de la personalidad única de la propuesta, porque el afán de descubrimiento es parte del ritual. Hay que ir al Tablero aunque no sepas quién viene o no los hayas oído nunca, simplemente para dejarte sorprender y disfrutar en conciertos en los que la calidad y la diversión están aseguradas. Sebastián Piracés-Ugarte, integrante de ‘Francisco el Hombre’, banda brasileña que actuó en la edición del 2024, afirma que eso es algo muy raro de encontrar en el mundo, “espacios, eventos, donde juntar tanta gente que quiere descubrir música con tamaña felicidad y disfrute. Fue un momento muy bonito”.
La magia que se crea con el público y con el entorno y la filosofía del evento han traspasado sus propios límites y han llegado al ámbito musical internacional. Como explica Beatriz Rodríguez, responsable del Área de Cultura e Innovación Educativa en Fundación Caja de Burgos, entidad que apoya la organización desde 2004, siempre se tuvo en cuenta el elemento de apertura, tanto a la sociedad burgalesa como a otras localidades, pero es que actualmente “también hay muchos grupos que llaman a nuestra puerta, porque el Tablero ya no sólo tiene su público entre los asistentes, sino también entre los grupos. Se ha convertido en una marca de identidad”. Y son muchos las bandas que están deseando entrar en el cartel pese a que cobren mucho menos que en otras programaciones y a que su presencia incluya la propuesta para una segunda actuación, gratuita y voluntaria, que muy pocas personas conocen: la posibilidad de tocar en el patio de la Prisión Provincial de Burgos. Esta experiencia es algo que para los músicos “es impresionante”, relata Carlos Lozano. “Es una sensación muy potente tocar delante de los presos, y el cariño que reciben después”.
Además parece que el escenario bicolor reparte suerte, porque muchos grupos que tocaron en él en sus inicios han llegado a convertirse luego en bandas de gran éxito, como La Raíz, El Puchero del Hortelano, La Pegatina o Huntza, por citar sólo algunos. Diego Galaz, músico y compositor burgalés que actuó en una de las ediciones como dj, expresa su admiración por la iniciativa, “por la originalidad, esfuerzo y por creer que de verdad la música en directo es poderosa”, demostrando que “la cultura puede crecer y se puede disfrutar de ella en cualquier lugar”. Reconoce también que cada sesión en los jueves de julio es un “momento que todos apuntamos en la agenda”, porque se ha convertido en mucho más que una cita musical. Es un evento de encuentro y de disfrute, “el lugar donde más besos se dan por metro cuadrado”, como lo definió hace unos años su creador, y un espacio en el que el buen rollo es un requisito imprescindible.
El hecho de que sea una cita semanal, y no agrupada en varias jornadas seguidas durante un período más corto de tiempo, también lo hace diferente y facilita la asistencia de un público mucho más diverso, desde niños o incluso bebés hasta auténticos entusiastas de las músicas del mundo o personas que simplemente tienen la certeza de que se lo van a pasar bien. Y aunque este formato hace que su organización sea mucho más compleja, el aura que parece envolver al Tablero de Música, y su cuidada preparación, han posibilitado que no haya habido ningún incidente reseñable en ninguna de sus ediciones. Incluso la lluvia parece respetarlo: tan sólo uno de los más de 80 conciertos celebrados tuvo que reubicarse y realizarse bajo techo.
Todas estas razones, y las miles que se guardan en la memoria de cada uno de los burgaleses, visitantes y artistas que han disfrutado de alguna de esas tardes eternas de julio bailando en el Hospital del Rey convierten al Tablero de Música en una de las actividades culturales más brillantes de la ciudad y provincia y en uno de los mejores regalos que, cada año, la Universidad de Burgos hace a la sociedad.